jueves, 19 de septiembre de 2013

Soledad y vacío

Desde niño me ha fascinado la magnitud del Universo. El tamaño enorme de las estrellas y, sobre todo, las inconmensurables distancias que separan a los astros me anonadaban y, a la vez, me producían una sensación morbosa, como la que se tiene cerca de un precipicio; incluso en ocasiones un cierto gusanillo en el estómago.
La dificultad que encontraba para recrearme en la inmensidad del Cosmos es que debía manejar magnitudes literalmente astronómicas que se escapaban a mi comprensión. Un día, sin embargo, descubrí las posibilidades que ofrecían las escalas. Si reducía los astros a tamaños que yo podía concebir me sería más fácil percibir las enormes diferencias de tamaño entre unos y otros cuerpos celestes y, sobre todo, las distancias siderales que se extendían entre los astros.
Un día tomé un folio, una regla y un libro de astronomía y me dispuse a dibujar aquellos astros en las proporciones y distancias que tenían. Comencé por la Tierra y elegí un tamaño que me parecía pequeño. A continuación me puse a calcular el tamaño que tendría el Sol y me sorprendí al ver que no me cabría en el papel. Unos cuantos cálculos más y descubrí que el folio del que disponía ni siquiera me permitiría representar la distancia entre el Sol y la Tierra.
Estaba decepcionado y recuerdo que hasta torturé a mi padre con los problemas a los que me enfrentaba. Me di cuenta de que no podría representar en el papel lo que quería y que tendría que limitarlo todo a la imaginación, ese poderoso instrumento. Desde entonces no he dejado de jugar a encontrar escalas que me permitan asomarme a la inmensidad del Universo.

Estos días, al hilo de la noticia de que la Voyager I había entrado en el espacio interestelar, he vuelto a esta afición. Quería imaginarme dónde estaba y hacia dónde se dirigía esa pequeña nave de cuyo lanzamiento me acuerdo casi perfectamente. Un objeto del tamaño de un automóvil pequeño que actualmente se encuentra a la inimaginable distancia de 19.000 millones de kilómetros del Sol.

La Voyager, además, no concluirá su misión, sino que está diseñada para continuar viaje entre las estrellas de nuestra Galaxia más allá incluso del agotamiento de sus baterías. Incluye un disco en el que los humanos enviamos un mensaje a quien pueda encontrarla; aunque quizás seamos nosotros mismos quienes en un futuro enviemos una nave más moderna y veloz que localice esta reliquia de los primeros años de la investigación espacial. Si no es así será porque nos habremos extinguido antes de llegar a ese punto y esa, desde luego, no es una perspectiva halagüeña.


El caso es que estas noticias sobre la Voyager me hicieron volver al viejo tema de las escalas del Universo que ahora comparto aquí. El punto de partida es pensar en la Tierra como en una bolita de un centímetro de altura. Algo así como una canica pequeña. Creo que es fácil imaginarse tal cosa. Hemos disfrutado de tantas fotografías de la Tierra desde el espacio que verla como una pequeña canica es un tópico, una trivialidad. Convirtamos la canica en un globo azul de mar y blanco de nubes con los continentes en su superficie y tendremos el primer paso para nuestro viaje espacial.
Comenzar por una Tierra de 1 centímetro es interesante, porque eso supone que 10.000 kilómetros -el diámetro de la Tierra es de 12.000 kilómetros- equivalen a 1 cm. Eso quiere decir que un millón de kilómetros es un metro y esa será una equivalencia muy útil para intentar visualizar el Sistema Solar.
Después de la Tierra lo siguiente que tenemos que ubicar es la Luna. En esta escala la Luna es un granito de 3 milímetros de diámetro que gira a 40 centímetros de la canica que representa a la Tierra. Quizás esto sea una primera sorpresa. Una piedrecita de 3 milímetros a 40 centímetros puede considerarse lejana a nuestra escala; menos relevante que el enorme disco que ofrece la Luna en ocasiones; pero esa es la realidad. El sistema Tierra-Luna está formado (en esta escala) por una canica de un centímetro de diámetro y un granito de arena de 3 milímetros que gira a algo menos de medio metro de distancia de la canica. Ningún ser humano ha estado nunca más lejos de la Tierra que esos 40 cm. Eso es todo lo que hemos recorrido del espacio; aunque sí hemos sido capaces de enviar naves mucho más lejos.
Tras la Luna situemos el Sol. El Sol sería una bola de casi 1,4 metros de diámetro (uno de esos enormes balones con los que les gusta jugar a los niños pequeños) y estaría situado a 150 metros de la Tierra. Entre la Tierra y el Sol estarían Venus y Mercurio.
Así pues, si consideramos ahora el Sol como centro de nuestra maqueta resultaría que éste sería una bola de fuego que no llega al metro y medio de diámetro. A unos sesenta metros de la bola hay una pequeña piedrecita de menos de medio centímetro de diámetro (Mercurio) y un poco más allá, a cien metros del Sol, una canica casi igual a la de l Tierra que es el planeta Venus. A 150 metros, tal como hemos visto, la Tierra y más allá, a más de 200 metros del Sol encontramos el planeta Marte, que es otra canica, pero de la mitad de tamaño que la Tierra y Venus. Todavía más allá el cinturón de asteroides y ya los grandes planetas gaseosos del Sistema Solar. El más cercano al Sol, Júpiter, que es también el más grande del Sistema Solar, es una bola de gas que en nuestra escala tendría 14 centímetros de diámetro y se encontraría a casi 800 metros del Sol. Saturno, algo más pequeño que Júpiter ya estaría a casi kilómetro y medio del Sol; Urano sería una bola algo más pequeña que una pelota de tenis y que se situaría a casi tres kilómetros del Sol. Finalmente, Neptuno sería algo más pequeño que Urano y su órbita se situaría a casi cinco kilómetros del Sol.
Y con esto hemos acabado los grandes astros del Sistema Solar: Una bola de fuego de menos de metro y medio de alta, un par de piedrecitas de medio centímetro de diámetro (Mercurio y Marte), dos canicas de un centrímetro (Venus y La Tierra), una bola de catorce centímetros de diámetro (Júpiter), otra de unos doce (Saturno) y otras dos de tamaño menor que una pelota de tenis (Urano y Neptuno); y todo ello situado en un círculo de 5 kilómetros de radio. Es decir, en una superficie de 75 kilómetros cuadrados. Necesitamos todo ese espacio para representar la parte nuclear del Sistema Solar partiendo de que la Tierra es una canica de 1 centímetro de diámetro. Y en toda esa área, en estos 75 kilómetros cuadrados lo único que hay es lo que ya hemos enumerado más los satélites de los planetas (solo nos hemos referido a la Luna) y cuerpos menores como son los asteroides y los cometas; cuerpos que en esta escala ni siquiera serían visibles para el ojo desnudo. Cualquier observador imparcial y externo creo que llegaría a la conclusión de que el Sistema Solar está vacío.

(Si el punto del centro fuese el Sol necesitaríamos un microscopio para ver la Tierra, cien veces más pequeña y los límites del cuadro se corresponderían más o menos con la órbita de la Tierra. A esta escala la Voyager estaría situada actualmente a unos15 metros del punto que representa al Sol)

El Sistema Solar no se acaba en la órbita de Neptuno. Más allá tenemos los planetas enanos, los cometas y el efecto del viento solar. En realidad el Sistema al que pertenecemos se extiende al otro lado de la frontera del espacio interestelar, la línea que cruzó la Voyager el año pasado y que se encuentra mucho más allá de los grandes planetas del Sistema Solar.
La Voyager está ahora mismo a 19.000 millones de kilómetros del Sol; lo que en nuestra escala son 19 kilómetros. La bola de metro y medio del Sol se verá desde la nave poco mayor que una estrella. La Voyager es, desde luego, el objeto construido por el ser humano que está más lejos de nosotros y se aleja a una velocidad de 17 kilómetros por segundo (61.000 kilómetros por hora; es decir, en nuestra escala recorre en cada hora 6 centímetros, casi metro y medio por día). Puede parecer poco, pero un avión de pasajeros que volara sin parar tardaría dos meses en recorrer la distancia que cubre la Voyager en un día o, lo que es lo mismo, la Voyager tarda menos de un minuto en recorrer la distancia que un avión de pasajeros cubre en una hora. Esta velocidad, sin embargo, es absolutamente de tortuga si la comparamos con la velocidad de la luz. En esta escala, como acabamos de ver, el Voyager I recorre metro y medio por día. Un rayo de luz recorre esa misma distancia -metro y medio- en cinco segundos.
La Voyager continuará su viaje alejándose del Sol. A la velocidad actual cruzará en 20.000 años la última frontera del Sistema Solar (situada en esta escala a 10.000 kilómetros del Sol; esto es, si situamos ese Sol de casi metro y medio de altura en el centro de Barcelona el límite externo del Sistema Solar estaría situado en Los Ángeles).
Y aquí se acaba la utilidad de la escala. No hay dos puntos en la Tierra que estén separados por más de 20.000 kilómetros, y la estrella más cercana al sol estaría situada a casi 40.000 kilómetros en esta escala. El imaginarnos la Tierra como una canica nos permite asombrarnos con las distancias que separan los astros que forman el Sistema Solar y darnos cuenta de la inmensa soledad de nuestra estrella en relación a sus hermanas; pero no nos permite ya hacernos idea de la magnitud de las distancias en el Universo. Para ello tenemos que recurrir a una escala todavía más potente que impide ya que la Tierra resulte visible. En la imagen que coloco un poco más arriba se ve un Sol de menos de un milímetro en el que la órbita de la Tierra estaría situada a unos 10 centímetros del Sol y la de Neptuno a unos tres metros y medio (probablemente en los límites de la habitacion en la que se encuentra quien está leyendo esto). En esta escala la Voyager estaría ahora mismo a unos 15 metros del Sol, tal como ya hemos indicado y el límite externo del Sistema Solar estaría situado a unos 6 kilómetros del punto menos que milimétrico que representa a nuestra estrella. En esta nueva escala la estrella más cercana al Sol se ubicaría a 24 kilómetros de éste. Y muchas de las que vemos en el cielo nocturno con el ojo desnudo se encontrarían a distancias que van desde esos 24 kilómetros hasta más de quince mil. Todas ellas forman parte de una "isla" de estrellas que llamamos galaxia. Nuestra Galaxia es la Vía Láctea y se extiende (en la escala que estamos manejando ahora, aquella en la que el Sol tiene menos de un milímetro de diámetro) a lo largo de ¡600.000 kilómetros! (más de la distancia entre la Tierra y la Luna). Más allá de la Vía Láctea se extiende el espacio intergaláctico, el que separa unas galaxia de otras. La más cercana a la nuestra es Andrómeda, que está a dos millones de años luz de la Vía Láctea; en la escala que estamos utilizando ahora (aquella en la que el Sol tiene menos de un milímetro de diámetro) esos dos millones de años luz son 12 millones de kilómetros, treinta veces la distancia entre la Tierra y la Luna. Absolutamente incomensurable, para poder hacernos una idea de esa distancia tendríamos que utilizar escalas en las que el propio Sol resultaría ya microscópico.
Distancia y vacío, un inmenso vacío. Eso es lo único que hay; y el cielo estrellado en la noche, una magnífica ilusión.


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