martes, 5 de junio de 2007

Sobre la seguridad a uno y otro lado del Atlántico

Por lo que me cuentan una de las muchas diferencias entre europeos y americanos (y con el término americanos me refiero, para abreviar, a los ciudadanos de Estados Unidos de América) es la percepción y la valoración de la seguridad. Los americanos se creen en un país seguro y no soportan la idea de la inseguridad, hasta el punto de que están dispuestos a dedicar no pocos esfuerzos y recursos a dotarse de los medios suficientes para neutralizar cualquier amenaza externa. Los europeos, por el contrario, estamos acostumbrados a un cierto grado de inseguridad, y, no sin cierta displicencia, consideramos como ingenuo pretender un mundo absolutamente seguro. La mayoría de edad se alcanza cuando se es capaz de entender que el Mundo no puede ajustarse perfectamente a nuestros deseos y somos capaces de convivir con la imperfección, los defectos, la inseguridad, la enfermedad o la muerte. Es propio de un estado aún poco evolucionado pensar que es posible adaptar el Mundo a nuestro personal diseño. De esta forma, la pequeña Europa adopta una actitud condescendiente hacia los primos americanos, y como el anciano que no se inmuta ante el entusiasmo de la juventud, aguarda el momento en el que la realidad, que ella ya conoce, acabe imponiéndose también a los nuevos y fogosos dueños del Mundo.
Somo más débiles que los americanos, no somos tan ricos ni influyente, pero contamos con la experiencia que dan los años y el sufrimiento de varias guerras padecidas sobre nuestras tierras. Quizás los americanos, que hasta ahora lo han tenido fácil, piensen que si se tienen los suficientes aviones y submarinos, portaaviones y misiles podrán vivir seguros; pero en Europa sabemos que no es así; nosotros ya tuvimos ejércitos poderosos y sabemos que se acaban volviendo contra nosotros. Pocas familias en Europa están libres de alguna pérdida en esa guerra civil europea que fue la Segunda Guerra Mundial en el escenario Occidental, o en la Guerra Civil española o en las Guerras Balcánicas; esos prólogos sangrientos de lo que sería la Gran Carnicería. Esa experiencia dolorosa nos ha curtido y aportado una sabiduría, un "seny", que diríamos en catalán, del que carecen los americanos.
Este sentimiento del inconsciente colectivo esta presente en nuestra visión del Mundo y de las relaciones transatlánticas. Así, por ejemplo, el 11-S dio origen en Europa a la mayor ola de solidaridad y proamericanismo que recuerdo. En los días que siguieron a aquella tragedia la sincera voluntad de ayudar a Estados Unidos y cooperar con ellos frente a lo que es un enemigo común se extendió por todos los países europeos, incluso en círculos tradicionalmente muy antiamericanos (OTAN, no, bases fuera, yankees go home, y cosas semejantes). Sigo pensando que fue un gran error por parte de Estados Unidos no aprovechar aquel momento para admitir una colaboración mayor de los países europeos en la lucha contra los terroristas; pero, bueno, eso es otra historia. Lo cierto, y a esto venía, es que junto a este sentimiento de solidaridad y dolor se percibía también un cierto aire de triunfo. Algo así como si se dijera: "veis, por imponente que sea vuestro ejército es imposible garantizar la seguridad, teníamos razón los europeos, es preciso aprender a convivir con la inseguridad. Venid y os enseñaremos cómo hacerlo".
Quizá a finales del 2001 se pensaba en Europa que los americanos habrían aprendido la lección y modificarían su concepción de la seguridad. Como sabemos seis años después esto no ha sucedido. Los Estados Unidos mantienen su visión originaria sobre este problema y su análisis se reduce, básicamente, a que no habían hecho lo suficiente en la materia. De ahí que hayan reforzado los servicios de inteligencia y los controles en las fronteras, en los vuelos y demás escenarios peligrosos, tal como hemos experimentado casi todos en los últimos tiempos.
A este lado del Atlántico, por tanto, nos lamentamos de que los americanos no hayan aprendido la lección; pero yo me pregunto ¿la hemos aprendido nosotros? ¿Somos capaces los europeos de un cierto ejercicio de humildad e intentar plantearnos que, quizás, no tenemos toda la razón? Quizá los americanos están equivocados al querer construir una fortaleza inexpugnable, pero podría ser que los europeos actuáramos de forma inconsciente al despreciar como lo hacemos las cuestiones relativas a seguridad y defensa.
Hace unos días Putin amenazaba con apuntar sus misiles nucleares contra Europa (o sea, nosotros). La noticia nos ha dejado casi indiferentes. ¿Es ésta una actitud racional? Enseguida se me dirá: "No pensarás en serio que Putin iniciará una guerra nuclear. Eso es imposible". Pues ni lo pienso ni lo dejo de pensar, pero es una posibilidad. Estamos acostumbrados a una forma de razonar que procede de la época de la Guerra Fría en la que cualquier utilización de armas nucleares se consideraba que conduciría a una guerra nuclear total. En estas circunstancias el temor a las consecuencias de una confrontación de esta naturaleza hacía altamente improbable que se pudiese dar dicha utilización del arma nuclear. Pero ahora el escenario ha cambiado. Desde hace unos años se habla con mayor libertad de utilización local de armas nucleares, y no hace mucho el entonces presidente Chirac amenazó explícitamente con su utilización si Francia era objeto de ataques terroristas. La posibilidad de una utilización limitada de armas nucleares es ahora más factible que hace veinte años. En estas circunstancias supongamos que los rusos atacan Berlín o Rota (la mayor base naval americana en Europa) ¿responderían los franceses, ingleses o americanos a dicho ataque arriesgándose a que sus propios países fueran atacados? No me importa tanto la respuesta como la mera circunstancia de que se pueda plantear supone un elemento de inseguridad para los países que no tienen armamento nuclear. Podrían darse circunstancias en que quienes sí tienen ese armamento especularan acerca de un ataque no respondido. Los europeos podemos vivir con esta inseguridad, para los americanos sería absolutamente intolerable.
¿Y qué pasa con las armas convencionales? Veamos el caso de Yugoslavia. Para quienes vimos "Un globo, dos globos, tres globos", la Casa de la Pradera o el Mundial de México, Yugoslavia era un país con el que nos identificábamos: era un país comunista, pero menos; igual que España era un país capitalista, pero diferente. Como nuestra renta per cápita era más baja que la de los europeos "de verdad" y la suya más alta que la de los "auténticos" comunistas nos veíamos parejos, y para acabar de redondear las cosas, tanto a nivel de selecciones (fútbol, baloncesto, balonmano) como de clubesAh! aquellos partidos Real Madrid - Zibona de Zagreb, con el inolvidable Petrovic!) nos enfrentábamos constantemente. Un país casi como nosotros, vaya. Como sabemos, a partir de los años 90 todo esto cambia. El país se comienza a dividir, tema en el que ahora no entraré, y a finales de los 90 nos encontramos con que lo que queda de él comienza a hacer cosas que no gustan a la comunidad internacional (esto es, a la Unión Europea y a Estados Unidos). Ciertamente lo que sucedía en Kosovo era grave y no cuestionaré la intervención en el conflicto; pero ahora quiero llamar la atención sobre la circunstancia de que fuera o no fuera grave la situación, al país no le quedó más remedio que someterse al dictado exterior. Un país como España de pronto se vio abocado o al sometimiento o a una guerra que perdió sin haber conseguido causar una sola baja al enemigo. El hecho de que eso nos pueda pasar a cualquier otro país de similar porte habría de causarnos cierta preocupación. No digo que tengamos que dejar de dormir por ello; pero no me parece normal que se obvie totalmente la posibilidad, simplemente como si no existiera. De nuevo aquí se observa la diferencia de percepción entre europeos y americanos. Nosotros podemos vivir sabiendo que dependemos de la voluntad de otros, que cuando sacamos las tropas de Irak un submarino nuclear americano entra en la bahía de Cádiz rememorando la época de las cañoneras, que estamos a merced de las decisiones que se toman en sitios muy alejados de Madrid o Barcelona. La inseguridad no nos mata. Para un americano una situación así sería sencillamente insoportable.
Alguien podrá decir: "¿Y qué podemos hacer?". Pues no lo sé, pero de momento preocuparnos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Me temo, Rafael, que la orgullosa y pretenciosa posición europea se ve condicionada por la falta de una estrategia común europea en materia de seguridad, cuestión a la que contribuye la posición norteamericana. Probablemente, a los norteamericanos no les es ni ajena ni molesta esta escasa preocupación por la seguridad en Europa. El afianzamiento de una posición privilegiada y beligerante por parte de los EEUU en este punto es, por otra parte y al mismo tiempo, un colchón de seguridad para los europeos. Por ello, se pueden permitir una posición acomodaticia.

Tampoco hay que olvidar que la otrora poderosa Europa está mucho más atenazada de lo que parece como consecuencia del influjo económico que representa el poder financiero originario de EEUU y Arabia Saudí.

Anónimo dijo...

hmmm... no será también que los EEUU tienen una imagen como Nación mucho más sólida que nuestra imagen en Europa como Unión? Puede ser que cuanto más crees que puedes perder, más empeño pones en afianzar su seguridad. Ellos tienen o creen tener muy claro lo que pierden... O una fibra sensible muy a flor de piel. Nosotros no tenemos muy claro aún eso de "europa" y la fibra sensible no lo es tanto... Pero bueno, es sólo un matiz.